Una mujer capaz de mover al mundo: Rebeca
Villanueva
Rebeca Villanueva |
Recuerdo que Rebeca
Villanueva, una joven madre de dos niñas, fue envuelta con una bandera blanca
poco antes de terminar una tenaz protesta contra los impuestos en Hermosillo,
México.
Era el 24 de febrero de 2013 y yo la veía a tres metros de distancia, en medio de una multitud que la protegía con un atinado ahínco, como se defiende a una reina. Tenía la marca de la pesadumbre en su mirada y la bandera le cubría los hombros.
Esa bandera la había utilizado como señal de
paz unos minutos antes de que ella y los manifestantes fueran
interceptados y agredidos por pandilleros encapuchados, enviados y pagados por
alguien que, a fuerzas, quería acallarlos. Esa vez, recuerdo, hubo heridos
y jamás intervino la policía.
Rebeca Villanueva, entonces de 36 años, se
sentía responsable por los simpatizantes agredidos, aunque alguien le sugirió
no hacerlo pues en realidad quienes apoyaban la causa lo hacían de manera
voluntaria. Y así era.
Para todos ellos, esa abogada de grandes y
expresivos ojos era ya una líder con la capacidad suficiente para mover al
mundo, aunque ignoraban que, de hecho, ese liderazgo no era algo nuevo ni mucho
menos fortuito.
Siendo niña —la mayor de un grupo de primos—
fraccionó el gran huerto de naranjas, mangos y limones de la casa de sus
abuelos y lo convirtió en la Ciudad del Bosque, un lugar de recreo donde fue
muy feliz hasta que sus tías la reprendieron porque cobraba un peso a los
primos como una cuota para el mantenimiento de su rincón de juegos.
“Yo llegaba a casa de mi abuela Alicia y veía
nomás el dedo inquisidor y la escuchaba gritar: ¡La Rebeca tuvo la
culpa! Me echaban la culpa de que yo anduviera moviendo a mis primos y a
mí siempre me tocaba el regaño”, recuerda entre risas.
Años más tarde, en la preparatoria privada a la
que asistía, la adolescente Rebeca Villanueva daría nuevas señales de liderazgo
cuando una tarde de verano trasladaron su grupo a un salón sin aire
acondicionado. Con voz rígida, convenció a sus compañeros a abandonar el aula y
cerró la puerta con un candado hasta que el director fue a entablar una
conversación con ella. ”No va a haber clases hasta que nos pongan la
refrigeración”, le dijo. Fue muy enfática. Al día siguiente, el aula tenía
un moderno equipo enfriador de aire.
En 2002, recién casada, se mudó a Montecarlo, en
una de las zonas que prometía la mayor plusvalía en el poniente de Hermosillo.
Todo marchaba muy bien hasta que la empresa constructora colocó en la esquina
de su casa un contenedor de basura para que los vecinos la depositaran y
facilitaran el trabajo al recolector, aunque su casa se impregnara de fétidos
olores.
Habló con los directivos de la constructora para
que repararan su error y cada vez que una casa modelo era inaugurada, Rebeca
reunía a otros vecinos con problemas similares y protestaban con pancartas. Así
lograron que la empresa reaccionara en su favor y modificara el concepto
residencial.
Montecarlo, que en los años posteriores fue el
lugar idóneo para que sus hijas crecieran, comenzó a presentar diversos
problemas de urbanidad y en 2010 las cosas se complicaron.
Un nuevo proyecto municipal había comenzado a crear una amplia vialidad junto a su zona y le cerró el tránsito a los habitantes de Montecarlo, al mismo tiempo que los obligaba a recorrer dos kilómetros hasta encontrar un retorno. Eso molestó a Rebeca Villanueva, quien compró cartulinas, escribió unas quejas, reunió a sus vecinos y protestó contra el Ayuntamiento, aunque quizá fue el cierre de calles lo que obligó a los funcionarios a acercarse a dialogar con ella.
Un nuevo proyecto municipal había comenzado a crear una amplia vialidad junto a su zona y le cerró el tránsito a los habitantes de Montecarlo, al mismo tiempo que los obligaba a recorrer dos kilómetros hasta encontrar un retorno. Eso molestó a Rebeca Villanueva, quien compró cartulinas, escribió unas quejas, reunió a sus vecinos y protestó contra el Ayuntamiento, aunque quizá fue el cierre de calles lo que obligó a los funcionarios a acercarse a dialogar con ella.
Después de las negociaciones, no solo
construyeron un acceso especial para Montecarlo, sino que además se arreglaron
otras calles, se remodeló el parque local, se embelleció la colonia y se
organizaron actividades deportivas y culturales para los vecinos.
Rebeca fue nombrada presidenta de la asociación
de vecinos, como un reconocimiento a ese liderazgo que les dio muchos
beneficios en bloque.
“Ahora tenemos cinco señores que trabajan en la
limpieza de la colonia, un guardia de seguridad que anda en una patrulla que
conseguimos y administramos una oficina interna”, presume, a manera de logros.
Sin embargo, en el anecdotario personal de
Rebeca Villanueva hay una fecha que está remarcada: 14 de diciembre de 2012, la
fecha en la que el Congreso aprobó un aumento a los impuestos y un nuevo
tributo por la tenencia de vehículos nuevos.
Esa vez estaba en una fiesta previa a la Navidad
y la noticia la molestó. “En mi casa ninguno de mis dos carros son nuevos, así
que no pagarían la tenencia; pero mi hermana y mi papá sí tendrían que pagarla
y me pareció un abuso”, recuerda.
A través de lnternet se convocó a una reunión en
el Congreso y ella invitó a sus amigos. Su participación activa llamó la
atención y, sin darse cuenta, comenzó a liderar un grupo multitudinario que
después saldría a las calles a protestar contra el gobierno en más de veinte
ocasiones.
El 6 de enero siguiente, Rebeca Villanueva
y tres hombres encabezaban una caravana con más de veinte mil personas
manifestándose en contra de los impuestos, quizá el evento multitudinario más
exitoso de ese movimiento social, que terminó en un mitin.
Su poder de convocatoria y de movilización era
tal que el gobierno le puso la mira de manera inmediata. La identificaban como
la líder y los afines al partido político en el poder la atacaban en las redes
sociales. Pero nadie subestimaba su fuerza, ni siquiera el gobernador, que se
sentó a dialogar con ella, aunque no cedió, en lo absoluto, a modificar los
impuestos o eliminar la tenencia.
Rebeca Villanueva es una líder. Lo saben muchos.
Lo sabe ella que sintió su piel erizarse cuando miles de manifestantes todavía
avanzaban en la caravana a escuchar su discurso en un mitin que había terminado
mucho antes. Lo sabe el gobierno. Lo saben los pandilleros que atacaron a sus
simpatizantes. Lo saben aquellas personas que la envolvieron en una bandera
blanca y la escoltaron hasta un sitio seguro después de la agresión.
Tomado del blog Historias
Ambulantes
No hay comentarios:
Publicar un comentario